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Historia de la magia: Teraphim, el enigma de las estatuas “parlantes”

Más Allá de la Ciencia nº 250

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  1. Teraphim: estatuas parlantes
  2. Expulsados del cielo
  3. Estrellas divinas
  4. Las respuestas de los dioses
  5. Teraphim delatores
  6. Historias oculares
  7. Las cabezas momificadas y la tradición rabínica
  8. Grimorios y daimones
  9. Catalina de Médicis y el oráculo de la cabeza sangrienta

Cabezas capaces de predecir el futuro, estatuas que hablan y caminan ante el estupor de los presentes, autómatas que juegan sorprendentemente bien al ajedrez y otros ingenios creados por el hombre, pero supuestamente animados por entidades no humanas capaces de cumplir sus deseos, se hicieron muy populares en la Antigüedad. ¿Qué extraños mecanismos escondían los teraphim y otros misteriosos inventos?

De Roger Bacon, teólogo, filósofo, matemático, naturalista y médico del siglo XIII, se han dicho muchas cosas... Que fue uno de los pensadores más destacados de la Edad Media y el precursor del método científico; que inventó la lupa y anticipó el telescopio; que fue el primer europeo en recoger la composición de la pólvora y en sugerir el empleo de cristales curvos para corregir los defectos visuales; que escribió profundos tratados para el papa Clemente V y que fue un empecinado luchador por la libertad de pensamiento, lo que hizo que sus superiores franciscanos lo mantuvieran encerrado en un calabozo durante diez años hasta poco antes de su muerte. También se ha dicho otra clase de cosas de este Doctor Mirabilis... Que se aplicó especialmente al conocimiento y a la práctica de las ciencias ocultas; que fue un notable alquimista y el primero en buscar la piedra filosofal y el elixir de la eterna juventud, y que fue el autor del Manuscrito Voynich (ellibro más enigmático de todos los tiempos) (MÁS ALLÁ, 139 y 186) y de infames grimorios (MÁS ALLÁ, 95) en los que se recogían fórmulas para invocar a los demonios, como De necromanticis imaginibus, Practicas magiae, Thesaurus spirituum o Necromantia.

Una de las historias más curiosas que se dijeron de Bacon es que había construido una cabeza de metal que era capaz de hablar y de revelarle conocimientos ocultos tanto de las cosas pasadas como de las que habrían de acontecer. Pero él no habría sido el único en realizar tal prodigio. También se especuló lo mismo de otros grandes hombres que supuestamente practicaban las artes mágicas. San Alberto Magno (1206-1280) fue uno de ellos. Su cabeza metálica oracular fue destruida a martillazos por su discípulo santo Tomás de Aquino, por considerarla algo diabólico. De Gerbert de Aurillac (945-1003) se dijo quehabía conseguido ascender al Trono de San Pedro con el nombre de Silvestre II gracias a los consejos de una de estas cabezas, que construyó según las indicaciones de un libro de magia que había robado a un sabio árabe durante su estancia en Córdoba. Su cabeza oracular le predijo que moriría en Jerusalén y, casualidad o no, murió mientras oficiaba en Roma en la iglesia de ese nombre. Todos ellos lograron, presuntamente, dotar a estas cabezas con el don de la profecía al conseguir encerrar en su interior un “espíritu”, una de esas entidades invisibles intermediarias entre los dioses y los hombres presentes en todas las tradiciones del mundo desde tiempos inmemoriales. Parece no haber existido ninguna sociedad –fueran cuales fueran sus patrones culturales o su desarrollo histórico– entre cuyas creencias no haya figurado alguna de estas criaturas.

Criaturas sin alma



Según la tradición, estos seres habitan en mundos paralelos al nuestro, o dimensiones desconocidas, son tan antiguos como la vida misma y muy anteriores al hombre, con el que han convivido durante milenios. No son entidades sobrenaturales, sino que poseen una especie de corporeidad, aunque tan sutil y etérea que resultan invisibles a nuestros sentidos. A pesar de ello, en determinadas circunstancias pueden adoptar formas visibles, formas que reflejan con frecuencia las ideas preconcebidas que el observador tiene de ellas. De este modo, pueden ser hermosas o grotescas y simular, por ejemplo, la apariencia de personas muertas. La tradición indica que estos seres viven muchos más años que los hombres, sin llegar a ser inmortales, y carecen de alma, por lo que al morir, simplemente se desvanecen. Tienen razón y lenguaje, viven en comunidades organizadas jerárquicamente y tienen comportamientos similares al de los hombres: se casan, tienen hijos, trabajan, duermen, comen y beben. En ocasiones mantienen contactos carnales con los humanos, pues, según algunas leyendas, pueden alcanzar la inmortalidad si se unen a uno de ellos. Unos son amistosos con los hombres y otros hostiles. Cuando aprecian a algún humano le otorgan regalos materiales, pues conocen la localización de tesoros ocultos, o bien le reportan fortuna en los negocios y los juegos de azar; potencia sexual, éxito social y consejos atinados. Además, al tratarse de seres que, aunque compartan nuestro mundo, no se rigen por las leyes físicas ordinarias del espacio-tiempo, poseen el don de conocer tanto el pasado como el futuro. En el mundo antiguo, hacia el siglo II, prácticamente todos, judíos, paganos, cristianos y gnósticos creían en su existencia y en su función como mediadores. Ya en los textos babilonios y sumerios encontramos referencias a ellos. Algunos se consideraban malignos, como Lamashtu, Namtaru, Rabisu, Pazuzu o Lilith, y otros, bien dispuestos hacia el hombre, como los utukku, los shedu y los lamassu. Los hebreos los llamaron sadaim (“llenos de conocimiento”) y los griegos, daimones, un término que significa “espíritus dotados de poderes sobrenaturales”, diferenciando entre ellos a los malos, los buenos y los neutros, que denominaron, respectivamente, cacodaimón, eudaimón y daimón a secas. Entre los primeros figuraban los “demonios del mediodía”, que se dedicaban a asustar a los agricultores; los cobalios, especializados en fracturar los brazos y las piernas de los desdichados que se cruzaban en su camino, o el espantoso Empusio, del que habla Aristófanes en Las ranas.

Entre los segundos, sin duda el más célebre es el que aconsejaba a Sócrates. Los romanos los llamaron numina o genii, un término genérico que agrupaba a los lares (buenos), lémures o larvas (malos) y manes (indeterminados). En el mundo árabe se conocen como djinns o genios. Mahoma reconoció la existencia de estos seres, los incorporó a la religión que fundó –como puede leerse en la azora LXXII del Corán– y protagonizaron muchos cuentos de Las mil y una noches. Los chinos los llamaron kwei sin –un término que sugiere una fusión entre “lo que pertenece al hombre” (kwei) y “lo que pertenece al cielo” (sin)– y los hindúes, devatas. Son los espíritus buenos y malvados de los indígenas de África, América y Oceanía. Son los loas del vudú.

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2 comentarios a "Historia de la magia: Teraphim, el enigma de las estatuas “parlantes”":

  • GP (Anónimo)  dice (03 / 02 / 2010):

    Curioso en verdad. Sin embargo, una muestra más de las maravillas magicas posibles hechas por los sabios de la antiguedad. Si es cierto puede ser un proceso similar al del Golem, pero tambien evocan los automatas construidos por Hefestos para que le ayudaran en sus tareas diarias, el buo mecanico de Diana y el violinista creado por Da Vinci. Interesante.

  • Walter (Anónimo)  dice (30 / 01 / 2010):

    (Jeroglíficos convertidos en envoltorios de vida) me recuerda el libro "El Golem" donde se menciona un ser hecho de barro que era activado por un conjuro secreto escrito en un papel y que le era colocado en la boca

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