angeles caidos cabecas predecir futuro daimones estatuas parlantes gerbert de aurillac historia de la magia jacques vallee roger bacon san alberto magno teraphim
Ya está a la venta el Monográfico n.60 de la revista Más Allá, “El camino de
Santiago y otras rutas iniciáticas del mundo". Incluye un dossier con la ruta
xacobea.
Reportajes |
ComentarEnviar a un amigoImprimir Textos Manuel Moros
Cabezas capaces de predecir el futuro, estatuas que hablan y caminan ante el estupor de los presentes, autómatas que juegan sorprendentemente bien al ajedrez y otros ingenios creados por el hombre, pero supuestamente animados por entidades no humanas capaces de cumplir sus deseos, se hicieron muy populares en la Antigüedad. ¿Qué extraños mecanismos escondían los teraphim y otros misteriosos inventos?
De Roger Bacon, teólogo, filósofo, matemático,
naturalista y médico del siglo XIII, se han dicho muchas cosas... Que fue uno de
los pensadores más destacados de la Edad Media y el precursor del método
científico; que inventó la lupa y anticipó el telescopio; que fue el primer
europeo en recoger la composición de la pólvora y en sugerir el empleo de
cristales curvos para corregir los defectos visuales; que escribió profundos
tratados para el papa Clemente V y que fue un empecinado luchador por la
libertad de pensamiento, lo que hizo que sus superiores franciscanos lo
mantuvieran encerrado en un calabozo durante diez años hasta poco antes de su
muerte. También se ha dicho otra clase de cosas de este Doctor Mirabilis... Que
se aplicó especialmente al conocimiento y a la práctica de las ciencias ocultas;
que fue un notable alquimista y el primero en buscar la piedra filosofal y el
elixir de la eterna juventud, y que fue el autor del Manuscrito Voynich
(ellibro más enigmático de todos los tiempos) (MÁS ALLÁ, 139 y 186) y de infames
grimorios (MÁS ALLÁ, 95) en los que se recogían fórmulas para invocar a los
demonios, como De necromanticis imaginibus, Practicas magiae,
Thesaurus spirituum o Necromantia.
Una de las historias más
curiosas que se dijeron de Bacon es que había construido una cabeza de metal que
era capaz de hablar y de revelarle conocimientos ocultos tanto de las cosas
pasadas como de las que habrían de acontecer. Pero él no habría sido el único en
realizar tal prodigio. También se especuló lo mismo de otros grandes hombres que
supuestamente practicaban las artes mágicas. San Alberto Magno (1206-1280) fue
uno de ellos. Su cabeza metálica oracular fue destruida a martillazos por su
discípulo santo Tomás de Aquino, por considerarla algo diabólico. De Gerbert de
Aurillac (945-1003) se dijo quehabía conseguido ascender al Trono de San Pedro
con el nombre de Silvestre II gracias a los consejos de una de estas cabezas,
que construyó según las indicaciones de un libro de magia que había robado a un
sabio árabe durante su estancia en Córdoba. Su cabeza oracular le predijo que
moriría en Jerusalén y, casualidad o no, murió mientras oficiaba en Roma en la
iglesia de ese nombre. Todos ellos lograron, presuntamente, dotar a estas
cabezas con el don de la profecía al conseguir encerrar en su interior un
“espíritu”, una de esas entidades invisibles intermediarias entre los dioses y
los hombres presentes en todas las tradiciones del mundo desde tiempos
inmemoriales. Parece no haber existido ninguna sociedad –fueran cuales fueran
sus patrones culturales o su desarrollo histórico– entre cuyas creencias no haya
figurado alguna de estas criaturas.
Según la tradición, estos seres habitan en mundos paralelos al
nuestro, o dimensiones desconocidas, son tan antiguos como la vida misma y muy
anteriores al hombre, con el que han convivido durante milenios. No son
entidades sobrenaturales, sino que poseen una especie de corporeidad, aunque tan
sutil y etérea que resultan invisibles a nuestros sentidos. A pesar de ello, en
determinadas circunstancias pueden adoptar formas visibles, formas que reflejan
con frecuencia las ideas preconcebidas que el observador tiene de ellas. De este
modo, pueden ser hermosas o grotescas y simular, por ejemplo, la apariencia de
personas muertas. La tradición indica que estos seres viven muchos más años que
los hombres, sin llegar a ser inmortales, y carecen de alma, por lo que al
morir, simplemente se desvanecen. Tienen razón y lenguaje, viven en comunidades
organizadas jerárquicamente y tienen comportamientos similares al de los
hombres: se casan, tienen hijos, trabajan, duermen, comen y beben. En ocasiones
mantienen contactos carnales con los humanos, pues, según algunas leyendas,
pueden alcanzar la inmortalidad si se unen a uno de ellos. Unos son amistosos
con los hombres y otros hostiles. Cuando aprecian a algún humano le otorgan
regalos materiales, pues conocen la localización de tesoros ocultos, o bien le
reportan fortuna en los negocios y los juegos de azar; potencia sexual, éxito
social y consejos atinados. Además, al tratarse de seres que, aunque compartan
nuestro mundo, no se rigen por las leyes físicas ordinarias del espacio-tiempo,
poseen el don de conocer tanto el pasado como el futuro. En el mundo antiguo,
hacia el siglo II, prácticamente todos, judíos, paganos, cristianos y gnósticos
creían en su existencia y en su función como mediadores. Ya en los textos
babilonios y sumerios encontramos referencias a ellos. Algunos se consideraban
malignos, como Lamashtu, Namtaru, Rabisu, Pazuzu o Lilith, y otros, bien
dispuestos hacia el hombre, como los utukku, los shedu y los lamassu. Los
hebreos los llamaron sadaim (“llenos de conocimiento”) y los griegos, daimones,
un término que significa “espíritus dotados de poderes sobrenaturales”,
diferenciando entre ellos a los malos, los buenos y los neutros, que
denominaron, respectivamente, cacodaimón, eudaimón y daimón a secas. Entre los
primeros figuraban los “demonios del mediodía”, que se dedicaban a asustar a los
agricultores; los cobalios, especializados en fracturar los brazos y las piernas
de los desdichados que se cruzaban en su camino, o el espantoso Empusio, del que
habla Aristófanes en Las ranas.
Entre los segundos, sin duda el
más célebre es el que aconsejaba a Sócrates. Los romanos los llamaron numina o
genii, un término genérico que agrupaba a los lares (buenos), lémures o larvas
(malos) y manes (indeterminados). En el mundo árabe se conocen como djinns o
genios. Mahoma reconoció la existencia de estos seres, los incorporó a la
religión que fundó –como puede leerse en la azora LXXII del Corán– y
protagonizaron muchos cuentos de Las mil y una noches. Los chinos los
llamaron kwei sin –un término que sugiere una fusión entre “lo que pertenece al
hombre” (kwei) y “lo que pertenece al cielo” (sin)– y los hindúes, devatas. Son
los espíritus buenos y malvados de los indígenas de África, América y Oceanía.
Son los loas del vudú.
Para identificar tus comentarios regístrate o accede si ya eres usuario.
Curioso en verdad. Sin embargo, una muestra más de las maravillas magicas posibles hechas por los sabios de la antiguedad. Si es cierto puede ser un proceso similar al del Golem, pero tambien evocan los automatas construidos por Hefestos para que le ayudaran en sus tareas diarias, el buo mecanico de Diana y el violinista creado por Da Vinci. Interesante.
(Jeroglíficos convertidos en envoltorios de vida) me recuerda el libro "El Golem" donde se menciona un ser hecho de barro que era activado por un conjuro secreto escrito en un papel y que le era colocado en la boca